sábado, octubre 30, 2004

Semana del 25 de Octubre

Estas son las cosas más relevantes que han sucedido durante mi última semana de convalecencia:

- He pasado de dos muletas a una. Esto es importante porque ahora puedo hacer cosas a la vez que camino, por ejemplo, rascarme. He hecho algún amago de ir sin muletas por mi habitación, o por la cocina, pero no me he sentido con la confianza necesaria, así que he decidido que prefiero ir con un bastón por la vida a parecer Humberto Janeiro.

- He comido bizcocho Mildred sin piedad, bizcocho casero de mi madre, bombones de la caja roja, he repetido de todo, he picoteado entre horas... Resultado: he adelgazado un kilo desde mi operación. Peso 79 kilos y es la primera vez que bajo de 80 kilos desde mi pubertad. Conclusión: jugar a la Play adelgaza, si no, no me lo explico.

- A Agr le han robado el coche. Agr es el "man of the month" por muchos motivos, pero con ésto lo ha rematado. Es su segundo coche del año, el otro lo estampó contra una mediana y supongo que no estará muy satisfecho con progresión. Dice que como encuentre al ladrón, le va a dar lo suyo. A ver qué pasa.

- He probado un cóctel que me gusta: RH Factor + Stefan Zweig + Björk + Pastelitos. Es bastante adictivo, quiero más. Y todo lo demás.

- He perdido la tarjeta esa de la Seguridad Social que viene en un folio con troquelado. El lunes iré a una oficina de la SS a gestionar mi quinto duplicado en dos años. Tengo un problema con ésto y me temo que pronto seré sospechoso de introducir inmigrantes en España con papeles falsos. ¿Dónde la habré metido?

- Ayer por la noche vi una pelea de chavales borrachos desde mi ventana. Se dieron bien. Debajo de mi casa hay una parada de buho y los fines de semana no es raro tener espectáculos de este tipo en exclusiva. Me fumé un par de cigarros durante el free show, lo que no está nada mal.

- Creo que soy el individuo que más manzanas asadas ha comido en una semana en la historia de la humanidad. Mi madre ha enloquecido y no puede parar de hacerlas. La verdad es que están buenas y no sería raro que mi pérdida de peso tuviera algo que ver con ésto.

- Ya me hago la cama yo sólo, aunque me queda fatal.

- Los compañeros de trabajo se vinieron a tomar las cañas del viernes conmigo. Pedimos tres rondas con setas a la plancha, sepia y patatas bravas. Café y pacharán. Cómo me apetecían unas cañas, qué detallazo. Me emborraché bastante.

- Kurt está a punto de llegar con las dos temporadas de "A dos metros bajo tierra", los Sims y libros, así que voy a subir esto antes de que llegue.


lunes, octubre 25, 2004

Lluvia/ Play/ Nero

Me levanto y no me duele la cabeza por primera vez en cinco días. Miro por la ventana y menuda manera de llover.

Hoy tengo cita con el médico. Me acompaña mi hermano porque necesito que alguien me lleve en coche y él es el único voluntario que he podido encontrar disponible un lunes de octubre a las diez de la mañana. Se sacó el carné de conducir hace un año y no ha vuelto a conducir desde entonces, salvo en contadas ocasiones, pero confío en él de todos modos. Salvo unos cuantos acelerones y frenazos fuera de toda lógica, y tras setenta maniobras empleadas para aparcarcar el coche en un hueco más que suficiente al lado de la clínica, se puede decir que llegamos a nuestro destino sin novedad. Yo, por supuesto, cara de poker durante todo el trayecto y nudo en la garganta del tamaño actual de mi hinchada rodilla. Madre mía cómo llueve.

Ya en la consulta, y según el médico, la rodilla está fenomenal. Aún es pronto pero tiene muy buena pinta. Como sinónimo de mi evolución, mi venda es sustituida por dos tiritas-parche que tienen este aspecto tan prometedor:



En la foto, he puesto el dedo gordo del pie hacia arriba para transmitir optimismo. Los parches tapan los puntos de sutura que me dieron en los orificios originados por la artroscopia. Todavía no me libraré de las muletas en una semana, por lo menos, pero ya contaba con ello. Tengo que esperar a que mi rodilla reabsorba el líquido que ha generado para protegerse tras la operación. Es bastante desagradable tener líquido en la rodilla porque cuando la doblas más de la cuenta lo notas fluir como si tuvieras dentro una bolsita de ketchup, y los humanos no estamos preparados psicológicamente para notar líquido fluyendo por la rodilla.

De camino a casa, mi hermano ya conduce mejor y mientras se regodea por ello, se le cala el coche en un semáforo.

Una vez en casa, intentamos poner la Play que me ha regalado Would y no lo conseguimos pese ha probar todas las combinaciones posibles clavija-agujeroparaclavija que se nos ocurren. Conseguimos conectar el audio, pero no la imagen, y generamos una situación muy curiosa porque tenemos en la tele a Maria Teresa Campos haciendo un play-back de los luchadores del Tekken, que rugen atrapados en el canal de audio, haciendo que vibren los mandos en el sofá. Llamo a Would para que me diga cómo resolver ésto y no me dice nada nuevo. Llamamos a un vecino y nos asegura que nos falta un cable. Llamo a Would y me dice que a lo mejor se le ha olvidado traérmelo pero no está seguro. Me quedo sin jugar a la Play.

Cocino por primera vez desde mi intervención. Hago un arroz con hortalizas que me sale exquisito y no me canso nada, pese a hacerlo a la pata coja. Cada vez comprendo mejor el arroz y se nota. Exquisito. Le pregunto a mi hermano que cómo está en cuanto le pega el primer bocado y me dice que bien.

No tengo Play y ya estoy cansado de leer. Me propongo recopilar en unos CD´s la música que me he ido descargando estos meses con el eMule. Recuerdo que no tengo Nero porque hace poco cambiamos el sistema operativo de mi ordenador y borramos todas las versiones de prueba de programas que me había ido bajando durante dos años. Me meto en el eMule y me bajo el Nero. En este momento se han descargado 18 de los 28 Mb que ocupa el programa y ya no tengo ganas de hacer más CD´s.

Convalecencia & Headache

Ya han pasado unos cuantos días desde mi operación y aquí estoy, exactamente en el mismo lugar en el que me ubiqué cuando llegué del hospital. En mi casa. Son tiempos de paciencia, en los que mis retos diarios más importantes se reducen a conseguir no apoyar mi pierna mala bajo ninguna excusa y a no atacar sin piedad el bizcocho Mildred que alguien ha dejado en el armario de la cocina. También estoy consiguiendo convencerme de que esos envoltorios de color marrón brillante, que también he visto asomar al fondo del armario, pertenecen a unos filtros para café y no a unos Twix a su perfecta temperatura ambiente.

Yo estas cosas siempre me las he tomado bien, vamos, que no se me cae la casa encima por tener que estar aquí metido ni nada por el estilo y, de hecho, en esta ocasión, hasta le veo el lado positivo a este encierro temporal semivoluntario. Ha sido un verano de muchos cambios en mi vida y ya iba siendo hora de dejar de huir hacia delante sin un rumbo determinado (oigh). No sé si cuando acabe todo esto reanudaré el camino que llevaba, pero de momento estoy seguro de que al menos mis ojeras y mis ahorros sacarán algo positivo de este tiempo muerto que me he tenido que tomar. La verdad es que de momento no estoy en condiciones de hacer valoraciones de ningún tipo, porque desde el jueves hasta hoy, un tremendo dolor de cabeza se ha instalado en mi cerebro y me está matando, hasta el punto de que mi maltrecha rodilla ha pasado a un segundo plano de mi vida por completo. Al tercer día de calvario jaquequil, yo ya estaba convencido de que en cuanto pudiera caminar iría directo a extirparme el tumor que me había salido en la cabeza, pero tras un intercambio de palabras con mi padre, que concluyó con un puñetazo suyo en una mesa, decidimos que tengo sinusitis y que haga unos vahos por las noches a ver que tal. Parece que ya se me está pasando y por eso ahora puedo escribir.

Así que nada, de momento, mañana voy a ver al médico que me operó para que me diga cómo marcha mi rodilla. Espero que sea capaz de valorar de forma aproximada cuanto tiempo estaré de baja, porque eso es importante y aún no tengo ni idea. Por si acaso, me he traído un poquito de trabajo a casa y Would me ha traído su Play para que me vicie. Lo siento Would, este dolor de cabeza es incompatible con tu regalo (porque es un regalo, ¿no?).

También estoy poniendo a punto mi Teoría de Círculos, que ofreceré en breve en este blog. Gracias Kurt, al principio no la entendí, pero es tremenda y digna de desarrollo.
Creo que cada ser humano debería elaborar la suya

Gracias a todos los que os habéis acordado de mi estos días, no sabéis cuánto os lo agradezco.

Mira, ya viene por ahí mi dolor de cabeza…

jueves, octubre 21, 2004

Operación de rodilla 2.0

Ayer me operé por segunda vez en mi vida de la misma rodilla. La izquierda.

Me levanté por la mañana con una pereza enorme por tener que ir a operarme, no estaba nervioso ni tenía ansiedad de ningún tipo, pero no me apetecía nada, estoy convencido de que cualquier otro día del año hubiese tenido más ganas que ayer. Tampoco pude desayunar porque la operación requería estar en ayunas completamente, así que mi hermano aprovechó para hacerse unas tostadas tremendas que no dudó en comerse muy despacio, asegurándose de que no me perdiera ninguno de los bocados que les daba. Muy típico de mi familia. Me hice una maletita con una muda y un libro, y rescaté del armario mis viejas muletas, que no había vuelto a ver desde mi anterior operación, hacía ya tres años. Justo en ese momento, me di cuenta de que las protecciones que le había puesto en su día a los agarres de las muletas, hechas a base de algodón y vendas, para no hacerme daño en las manos al cogerlas, estaban amarillentas, cuarteadas y bastante cutres. A mi me daba igual, pero a mi madre no, así que me exigió que antes de ir al hospital hiciera unas protecciones nuevas a los agarres con vendas y algodón de color blanco. Como no teníamos ni vendas ni algodón en casa, me tuve que ir al hospital con las protecciones de los agarres cayéndose a cachos y con mi madre muerta de vergüenza por lo poco previsor que había sido.

Llegamos y nos metieron en una pequeña habitación porque en principio sólo iba a estar unas horas tras la operación y luego me iría a casa. Me dieron una bata y me dijeron que me desnudara completamente, que me la pusiera y que esperara a que me llamaran. Me metí en la cama porque hacía frío y me tapé hasta arriba de forma que mi madre, que ya se había acoplado en una silla, me dijo que así tapado me parecía a Ramón Sampedro. Yo le seguí la broma haciendo como que escribía con un palo en la boca y mi madre se partía de risa. Unas enfermeras que entraron a tomarme la temperatura y la tensión, me comentaron que me había puesto la bata al revés y que tenía que meter los brazos por delante, así que me la tuve que quitar y volver a poner bien. Primer espectáculo nudista de la jornada, pese a mis inútiles esfuerzos por evitarlo.

Tras una hora de espera, por fin llegó el tipo que me llevó al quirófano, que era muy majo. Cuando llegamos, allí estaba mi médico con un gorro que le quedaba fatal y con la mascarilla puesta. Uno de los ayudantes del quirófano era vecino mío y estuvimos hablando hasta que me pincharon en la mano y en la espalda y se me durmieron las piernas en un momento. Me debieron sedar porque aunque recuerdo que estuve consciente durante toda la operación, lo tengo en mi cabeza de forma muy difusa. Sé que vi todo en una tele y que mi médico me lo explicaba, pero son flashes, nada continuo. Me comentó que la rodilla estaba muy sana, que no tenía daños serios, que me había limpiado un poco la zona en general y me había tensado el ligamento que me puso en la otra operación. Bricomanía total, vaya.

Tras unos minutos en reanimación, me llevaron de vuelta a mi habitación y mi madre me dio un beso al verme. Me dijo que ya había hablado con mi médico y que la operación había salido muy bien, pero yo pasaba de todo en esos momentos y le pedí que me dejara dormir y que bajara la voz por favor. Estuve medio dormitando un par de horas, aún con los efectos de los calmantes y de la anestesia epidural, que me agobiaba porque no podía sentir ni mis piernas ni mi cola. Me la tocaba para ver si estaba ahí y parecía que se la estaba tocando a otro. Finalmente, tras un par de botes de suero en vena, conseguí expulsar la anestesia sin problemas y ya volví a sentir mi cola como propia. Me dieron un poco de agua para probar y como la toleré bien, al poco rato me trajeron una sopa y una tortilla, que devoré con ansia.

Cuando ya me encontré lúcido, me dijeron que me podía marchar, así que con la ayuda de mi padre, que se pasó también por el hospital, me vestí, cogí mis muletas y nos fuimos a casa. Mi madre se las había arreglado para hacerme unas protecciones nuevas en los agarres, tal y como se puede ver en esta foto




También he añadido una foto de mi pierna tras la operación, con la venda que llevo puesta. Se ve, no muy bien, que en el muslo me pintaron un cruz antes de operarme, para que el cirujano no se equivocara e hiciera su trabajo en la pierna correcta. Me parece muy práctico pero aún no he conseguido quitármela

martes, octubre 12, 2004

Los canadienses

Me despierto el jueves pasado murmurando que los canadienses ya están aquí y me voy a trabajar una hora antes de lo habitual, porque estoy algo nervioso. Tengo que recogerles en el hotel a las 8:45 y pasar todo el día con ellos, incluyendo visita turística y cena. En mi trabajo ésto es demasiado habitual.

Llego al hotel que yo mismo les recomendé hace un mes y, mientras les espero en el hall, confío en que en Canadá guste el dorado y la moqueta, pues abundan en este sitio tanto que, sin demasiado esfuerzo, puedo verme a mi mismo reflejado desde cualquier ángulo posible usando las múltiples superficies espejadas color champagne que allí se encuentran. En mi defensa debo decir que mis criterios de elección fueron la cercanía a mi oficina y un número de estrellas no menor que cuatro, y así fue. Otro día comentaré acerca del tema “Hoteles de cuatro estrellas ¿la mayor estafa del siglo o lugares de culto?”. Creo que acabará siendo la segunda opción, cada vez los comprendo mejor.

Al fin, bajan los canadienses y me doy calambre con uno al estrecharle la mano. A uno le saco una cabeza y al otro, cabeza y media. Se dan cuenta. Les llevo a la oficina y la reunión sale estupenda, hecho muy importante para mí porque esta visita me había generado mucha tensión durante todo el mes. No entran en los marrones más gordos que tenía con ellos y me quedo muy aliviado. Además, a uno le cuelgan los pies de la silla y eso me da una inesperada confianza durante toda la reunión, por lo cómico de la situación. En realidad son gente muy amable y vienen de buen rollo, pero son auditores…

Tras la reunión, les llevamos a comer a La Buganvilla y cuando entramos nos dicen que ya habían ido ahí a cenar la noche anterior. Incrédulos por la coincidencia, instintivamente mi jefe y yo nos miramos con cara de “ha sido culpa tuya”. A mi me jode, a él no. La verdad es que el restaurante estaba demasiado cerca del hotel, así que esta situación tenía su lógica. Bueno, como los canadienses son tan burros, resulta que se cenaron una paella y con no pedir arroz ahora, tema resuelto. Nos ponen una condición antes de pedir: “nada vegetal”, así que no me queda más remedio que pedir jamón, sepia y revuelto de morcilla de entrantes. Dorada a la sal de segundo, que les asombró. El jamón les encanta, la sepia se la comen y me preguntan que qué es la morcilla. Yo, escuetamente, les respondo que es cerdo (si les digo que es sangre encebollada me echan las papas ahí mismo) y también se la comen, mirándose entre ellos y afirmando con la cabeza satisfechos. Nos atizamos un poco demasiado con el vino y ellos se van a dormir la siesta, creo que algo sorprendidos por nuestra capacidad para ingerir alcohol al medio día y seguir trabajando después. Yo estoy medio cocido y me voy a trabajar, por llamarlo así, hasta las siete, hora en la que he quedado con ellos para darles una vuelta por Madrid y llevarles a cenar.

Cuando les recojo en el hotel de nuevo, mis huéspedes ahora van vestidos de sport. Mientras les vuelvo a dar la mano pienso que jamás veré unas combinaciones de colores y tejidos como esas y disfruto del momento. Les saco por el Palacio Real, Madrid de los Austrias y todo eso, inventándome todas las fechas que me preguntan relativas a edificios y personajes históricos con una convicción que me hace plantearme mi respeto por la especie humana. Pese a mis esfuerzos, lo que más les gustó fue el Museo del Jamón, lugar al que tuvimos que entrar dos veces durante el paseo porque realmente les entusiasmaba. Casi les da un infarto de la emoción cuando pedimos unos montaditos y vieron al camarero cortar el jamón en directo (el camarero tenía unos diecisiete años, tenía una pinta de bakala que no podía con ella y el jamón lo cortaba como lo puedo hacer yo, pero no le quise quitar magia al momento y les dejé en paz con su trance).

Cenamos en Casa Ciriaco (cocina tradicional madrileña, muy bien) y volvieron a pedir jamón, que ya tenían el mono tras una hora sin probarlo. Nos encantaron las croquetas de merluza. Para el plato principal, se conformaron con un bistec, allá ellos, yo me apreté unas albóndigas estilo nosequé impresionantes. Como madrugaban al día siguiente para irse a Vancouver, no les quise liar más y nos fuimos. Les dejé en el hotel, me dieron mil sinceras gracias por todo y me fui a mi casa encantado de haberles conocido. Buenos tipos.

Ahora, en un par de años, me tocará a mí ir a Vancouver. No he estado nunca y me apetece mucho ir.