miércoles, diciembre 22, 2004

Lapso


Por motivos que ni yo mismo alcanzo a comprender, mi hasta diciembre saneado blog ha entrado en crisis de actualizaciones, pero yo sé que este lapso no durará mucho más.



jueves, diciembre 02, 2004

La noche que conocí a Namosh



Kurt y yo bailando en el 8ymedio el pasado viernes en plena actuación de Namosh, una auténtica estrella de la que oiremos hablar muy pronto.

Ibamos vestidos así.


miércoles, diciembre 01, 2004

Azzurro

El domingo me llamó mi tío para preguntarme si me apetecía ir a la inauguración de una tienda de ropa de nombre "Azzurro" y yo le respondí que a qué se debía su invitación. El me contestó que unos amigos del hermano de su mujer, mi tía, eran los dueños y querían gente para hacer bulto en la fiesta que iba a dar. Acepté y después valoré lo tremendamente loca que era el hermano de mi tía y lo que me podía esperar de allí. Y también que eso de que sólo te quieran en un sitio porque haces un buen bulto es un poco malo para la autoestima, pero bueno. Como la cita era ayer a las nueve de la noche, a las ocho quedé para tomar unas cañas con mi tío antes de ir al evento, porque nos apetecía charlar un rato de nuestras cosas antes de aparecer por allí. Yo creo que él también sabía que iba a hacer bulto.



Cuando entramos en el local, ya había bastante gente dentro. Todos estaban en la parte del final y formaban unos corros que hacían más fácil robar alguna prenda sin ser visto que integrarse en alguno de ellos. Entre los invitados figuraba el del Tomate, que se llama Jorge Javier, y mi tía afirmó que también tenía pinta de bicho en persona, basando su teoría en cómo se reía y movía las manos, fundamentalmente. A mi me daba igual y me puse a mirar la ropa que vendían a ver qué tal estaba. A la tercera prenda ya tenía una sólida opinión formada acerca del rotundo “no” con el que respondería a la pregunta “¿te gusta algo?”, si es que se daba en algún momento. Mi tío, en su rol de pseudoanfitrión, se esforzaba sin demasiada convicción por sacarle el lado positivo al asunto “esos vaqueros con piedras brillantes no deben quedar mal ¿no?” o “mmm… parece que este año se llevan mucho las cremalleras en las camisetas”. Y yo, en mi rol de invitado, procuraba no hacer comentarios al respecto y ser diplomático, sobre todo porque toda la ropa era (en principio) para hombre.

Luego llegó mi hermano con su novia y en cuanto me percaté de su cara al entrar en la tienda, entendí que la situación no era sostenible, ya no por el momento en sí, si no porque nos conocemos demasiado y un cruce de ojos podía haber sido letal en una situación como esa, y no era plan de montar el número con un ataque de risa madeinhermanosWalks, así que nos limitamos a ignorarnos, a comer sándwiches y a beber Lambrusco, que era lo que daban.

Al final acabamos hablando con alguna gente de la que había por allí, que resultó ser bastante maja, y más tras unos vinos. Los dueños eran unos tipos estupendos y el hermano de mi tía, y sus amigos, se esforzaron por conseguir que el rato fuese divertido, sobre todo cuando surgió una encuesta espontánea propuesta por dos de ellos para ver quién era el que tenía los ojos más aristocráticos, recuento de votos incluido.

A última hora se coló un mendigo para ver si le dábamos vino y el hermano de mi tía y sus amigos le cerraron el paso pegándose, de punta a punta del local, la carrerita colectiva más marica que he visto en mi vida, esto es, rozando la coreografía. El mendigo protestó un poco, pero no opuso resistencia, y se se marchó tranquilamente por donde había entrado, mientras intentaba llevarse un maniquí a su carrito asegurando que estaba autorizado a hacerlo porque era policía. Al final recuperamos el maniquí con algo de dificultad, pero se quedó algo tullido tras los zarandeos y ya no lograba permanecer de pie, así que tuvieron que apoyarlo contra la pared hasta que se les ocurriera alguna solución mejor. Alguien dijo "bueno, así parece que está esperando a su cita", pero la verdad es que no daba el pego porque el maníquí, originalmente, estaba diseñado para dar la sensación de que caminaba y, al apoyarlo contra la pared el efecto era algo antinatural y parecía más un montañero congelado que un ejemplo de hombre sofisticado y cosmopolita.

Nos marchamos de allí con un montón de cosas que contar y sobre las que hacer comentarios, o sea, que muy bien y muy satisfecho de haber ido.