lunes, julio 05, 2004

Un barril de cerveza

VIERNES

Salgo por la boca de metro de Islas Filipinas y pienso que es la primera vez que hago uso de esa estación. Es naranja pero las hay de todos los colores a lo largo de la línea a la que pertenecen, la 7, sin duda la más divertida de toda la red de metro de Madrid. La estación del lugar en el que vivo también es de la línea 7, pero es blanca, la más insulsa.

Celebramos el cumpleaños de AGr bebiéndonos el barril de cerveza que se ha comprado. Cincuenta litros. Afortunadamente somos bastantes, unos treinta, y no nos cuesta demasiado trabajo hacerlo, aunque hay que tener en cuenta a la gente que no bebe o que prefiere otro tipo de trago. Me salen seis copas en tres horas, perfecto. AGr conoce al dueño de la taberna en la que hemos quedado y le han cedido una barra y un grifo que hay al fondo, con el fin de no molestar a los inexistentes clientes que debería haber a esas horas. Ha invitado a varios grupos de amigos que no se conocen entre sí y, obviamente, no se acaba generando demasiada intercomunicación entre los mismos a lo largo de la noche, aunque nadie parece incómodo. AGr, como buen anfitrión, se dedica a saltar de un grupo a otro y a tomarse una copa de cerveza en cada parada para conseguir sus regalos. Yo pertenezco al grupo amigos-de-la-universidad, somos cinco, y le regalamos el disco de Julieta Venegas (C y yo) y el de Marlango (AF y su ¡mujer!). Ambos le molan y no tiene ninguno. Pleno, uf. Ya más relajados, alguien comenta que Leonor Watling anda un poco fea últimamente con ese pelo que le hace cara de garbanzo, yo asiento a regañadientes, y que desde ‘Hable con Ella’ ha perdido tetas. Aquí, hago un acto de fe y no me lo creo.

Cuando el barril empieza a echar sólo espuma, ya se han marchado bastantes invitados, los que tenían otros planes pero antes se habían pasado a felicitar. Finalmente, quedamos unos doce y nos vamos a un bar que ya conocen de otras veces. Estamos a gusto, es amplio, sin demasiada gente y el aire acondicionado no puede estar mejor ajustado. Ahí sí que charlamos todos con todos y eso ya se empieza a parecer a una fiesta redonda. Planeo con AGr y con C las vacaciones que nos esperan y decidimos tranquilizarnos porque nos estamos empezando a pasar con nuestras expectativas. No queremos decepciones. También hablo bastante con una chica del grupo que tiene la cara más interesante que he visto en mucho tiempo. Tras nuestra intrascendente y agradable conversación, saco en conclusión que todavía no tengo narices para decirle a nadie cosas como esa que pienso y, en cierto modo, me alegro de reaccionar así. Hoy, desde la distancia, ya no me alegro tanto, pero me quedo con que el viernes me felicité por mi actitud. La inercia pesa más de lo que parece y aún es pronto, creo.


Pasa la noche y la gente empieza a retirarse, tanto que sólo quedamos C y yo con ganas de un poco más. Nos despedimos del grupo con la intención de ir a un local donde andan unos amigos de C y cogemos el coche. A la segunda bocacalle de haber arrancado me doy cuenta de que ya no me apetece salir más ‘oye, mejor llévame a casa, que ya son la seis’. Llegamos y nos quedamos hablando un buen rato en un banco cercano a mi portal. Él también tiene su historia y me la cuenta, aunque el hecho de que haya decenas de cucarachas muertas patas arriba a nuestro alrededor le quita algo de trascendencia al momento. Parece una especie de suicidio colectivo. Acabamos preguntándonos con verdadera curiosidad qué es lo que habrán comido. Habrán echado Cucal, es nuestro veredicto. Nos despedimos y me acuesto convencido de que C se perderá de camino a su casa, al salir de mi barrio, porque es la primera vez que viene y no sería la primera vez que sucede.

1 comentario:

would dijo...

Probablemente la muerte de las cucarachas sea consecuencia de la conversación que dos borrachos pueden mantener a las 6 de la mañana... o de su aliento. ¿Has verificado esto?