miércoles, junio 30, 2004

Mi propio sueño lúcido

Me voy a casa tras siete horas trabajando. Cuando entré por la mañana hacía una temperatura perfecta, pero ahora hace un calor que no hay quien lo aguante. Menos mal que sólo tengo unos metros desde la puerta del edificio donde está mi oficina hasta la boca de metro. Un chaval del Burger reparte ofertas a pleno sol y tiene pinta de estar pasando un mal rato porque está abotargado, pero sonríe sin parar, así que le cojo los tres panfletos que tenía en la mano en vez de la unidad obligada. Luego los tiro a la papelera más cercana, rebosante de más de lo mismo.

Tras un rato de metro, llego a casa y me doy cuenta de que los cinco minutos que tenía desde la estación de mi barrio hasta la puerta de mi casa bastan para deshidratar a un hombre adulto. Por favor, cómo he dejado la camisa. Me planteo que a partir de mañana llevaré la chaqueta en el brazo y me quitaré la corbata cuando vaya por la calle a más de cuarenta grados. No recuerdo el día en el que dejé de pensar que iba al trabajo vestido de traje, pero sí recuerdo que al principio me sentía disfrazado. O sea, que algún día entre medias algo cambió y yo no me enteré. Me da rabia no acordarme de ese tipo de cosas.

Pero qué calor. Me pongo más cómodo y miro de reojo un brick de gazpacho que hay en la nevera. Me bebo más de la mitad, dos cuencos grandes, y ya empiezo a sentirme mejor. Como algo más, un poco de pollo del excedente del fin de semana, y me hago un café frío. Me tiro al sofá y no se puede estar mejor. Pongo el ventilador tan fuerte que se me cambia la raya del pelo al otro lado.

Inicio mi siesta y resulta que me da por soñar. Hacía un mucho tiempo que esto no me sucedía, con lo que me gusta. La escena consiste en que yo estoy en mi casa, en la cocina, y está mi bisabuela ahí sentada pelando judías verdes. Algo no encaja pero ya se sabe como son los sueños: de repente tu habitación conecta con el aeropuerto de Barajas y, en vez de alucinar, tú único agobio es averiguar cómo atrancar tu puerta, porque si no se te va a colar todo el mundo en casa. Pues eso, mi bisabuela pelando judías sentada, y yo con ella. Todo va bien hasta que me pregunto qué leches pinta ella en mi casa, si no sale nunca sola. Además, caigo en que murió hace un par de meses. En ese momento me doy cuenta de que estoy soñando y se lo digo ‘yaya, que estoy soñando’.



Debería haberme despertado en ese momento, pero no sucede eso. Es decir, soy consciente de que estoy en un sueño, pero permanezco dentro de él. También sé que podría acabar con todo pero decido no hacerlo. Entretanto, mi bisabuela ha desaparecido y sus judías también. Me quedo quieto con la sensación de ser un privilegiado, de haberme colado en algo, pero me empieza a entrar mucha pena y me salgo del sueño. Eso también lo decido yo.

Me despierto encantado de la vida y sudando muchísimo.

Hace tiempo, leí que a esto se le denomina sueño lúcido. De hecho, hasta existen técnicas para conseguirlos. Yo no las he practicado, pero desde que leí aquella información había pensado bastante en este tema, en lo que me apetecía tener mi propio sueño lúcido, aunque yo no hubiera dado un duro por mi porque ni siquiera consigo ver los dibujos 3D. En fin, que me he pasado toda la vida despertándome en lo mejor del sueño y, ahora, por el mero hecho de averiguar que podía controlarse, resulta que lo consigo.

Pues a ver si repito.

martes, junio 29, 2004

FressCo

A mediados de junio comenzó en mi calendario laboral la jornada intensiva. Está pintada de color amarillo y es una época muy esperada durante todo el año porque te puedes echar la siesta. También comes en casa y dispones de más tiempo para poder hacer lo que te parezca. Nadie está en contra y, pese a que mis ojeras acusan los madrugones con unos tonos oscuros realmente impactantes, cada mañana los compenso con cuatro cafés antes de las once.

Si la jornada intensiva tiene algún inconveniente, éste es que hay días en los que llega la hora de marcharse y aún no has terminado tu trabajo, porque las mañanas cunden muy poco. De esos días, un 95% decides dejar el asunto para el día siguiente y el 5% restante coincides con alguien que está en tu misma situación y te convence para que te quedes a comer y, así, seguir trabajando un rato por la tarde. Cuando tomo yo la iniciativa, directamente suplico para que no me dejen solo.

La semana pasada me quedé con N. y decidimos ir al Fresco. El Fresco es un restaurante tipo buffet libre que está en la calle Sagasta y su tarjeta de presentación es que está especializado en ensaladas y pasta por un precio bastante razonable. Al resto mis compañeros no les hace demasiada gracia y, después de haber ido un par de veces cuando nos enteramos de que existía, nunca más se supo de él. En cambio, N. y yo tenemos mucha química con este sitio y no nos apeteció dejar pasar esta ocasión tan buena para acercarnos por allí. Además, estamos en verano y ¿qué mejor idea que comer de ensalada?

UNA VEZ EN EL FRESCO

Te pones a la cola y te pillas una bandeja, un plato, cubiertos y servilletas. Colocas todo esto en esa carretera para bandejas que tienen todos los buffet y arrancas.

En el Fresco disponen, y hablo de memoria, de unos veinticinco boles-palangana con distintos productos vegetales para confeccionar tu ensalada. Por mi naturaleza ansiosa yo soy de los que no dudo en incorporar cada ingrediente que va surgiendo en el recorrido y, claro, al cuarto bol ya estoy usando el tenedor para crear nuevos huecos en mi plato. Cuando, hace ya tiempo, decidí liberarme del concepto de ensalada bidimensional y me apunté al de la ensalada multicapa, el problema quedó resuelto sin mayores complicaciones y obtuve un grado de satisfacción muy alto.

Pese a este éxito, no existe forma posible de evitar el reto de los tomatitos cherry. Su fantástico efecto explosión al morderlos los hace indispensables, en un número no menor a diez unidades, en toda ensalada de cierto nivel. Esto resulta incompatible con la ubicación del producto al final del recorrido y la saturación del plato a esas alturas del trayecto. Si fueran otro ingrediente cualquiera, sería fácil construir una montañita con ellos coronando la ensalada, pero resulta que carecen de la propiedad del apilamiento. De hecho, es fácil comprobar como la gente sin experiencia trata con cuidado de imitar las obras de Escher a la hora de colocar sus tomatitos cherry, consiguiendo únicamente que salgan rodando o botando por todo el restaurante. Mi táctica consiste en dejarlos para el final, comerme dos o tres mientras me los estoy sirviendo, para calmarme un poco, y clavar el resto por presión en la ensalada, de uno en uno. Otra rotunda victoria asegurada.

Tras comerte tu creación, que en cualquier otra situación serviría para alimentar a unas cinco personas, te planteas el tema de probar la pasta. Lo lógico sería tomarse un café y olvidarse de ello, pero si vas acompañado por alguien no es difícil hacer un esfuerzo. Te coges un plato nuevo y aquí no ha pasado nada. La última vez, cuando fui con N., la cosa se desarrolló así en el estand de la pasta:

N.: ¿Qué nos ponemos?
D.: Deberías probar los espaguetis con salsa de queso.
N.: Vale

(nos servimos espaguetis con salsa de queso)

D.: ¿Qué me dices de un poco de pizza?
N.: fffff....
D.: ¿Ni un poquito para probarla?
N.: Paso, paso, estoy que reviento
D.: Lleva palmitos, mira
N.: ¿Palmitos?...

(trozo de pizza de palmitos para cada uno)

D.: ¿Eso que es?
N.: Parece revuelto de gambas y ajetes
D.: Muy rico no?
N.: Si que tiene buena pinta
D.: Coge un poco más de pan

(cucharada de revuelto en el plato al instante)


Por supuesto, nos lo comimos todo.

Al final, nos dejamos llevar por la cordura y paramos ahí. N. y yo nos miramos y valoramos la posibilidad de atacar un postre, aunque finalmente nos echamos atrás y nos despedimos sólo con un café para no estropear nuestra jornada laboral de la tarde. Pese a estar completamente de acuerdo con la decisión tomada, si echabas un vistazo a las composiciones que habían diseñado algunos, te llegabas a asombrar de la altura que podía alcanzar un trozo de pudding con unas cuantas vueltas de helado de máquina convenientemente enrolladas por encima. El problema es que, más que empacho, lo que se sentí al verlo fueron unas tremendas ganas de superarlo. Era enfermizo.

Sólo decir que he comprobado cómo las ensaladas se han rebelado, y que no queda mucho tiempo para que los torreznos se conviertan en los ex-reyes de las calorías.

jueves, junio 24, 2004

Alternativa

Tengo problemas para que la foto que había escogido como mi carta de presentación aparezca en el blog y no consigo resolverlos. De todos modos, entrando en el profile se puede ver.

Como alternativa, la incluiré en este post y, así de paso, compruebo si he aprendido a hacerlo



...

Parece que funciona, aunque ahora sí que ya no entiendo nada. Justo en el momento en el que he comprobado que este post+foto se había publicado correctamente, el thumbnail del profile ha cobrado vida. He pasado del más absoluto anonimato a aparecer por todas partes.

La foto fue tomada no hace demasiado en Lisboa, enfilando la Praça do Comércio con la barriga repleta de pasteis de natas.

miércoles, junio 23, 2004

Las corbatas del rastro

El domingo me levanté pronto y decidí ir al rastro ya que hacía siglos que no me daba una vuelta. Ando escaso de corbatas y allí puedes comprar siete por doce euros. Estoy pasando por un ciclo en el que no me parece lógico pagar una fortuna por un complemento que no tiene ni función ni forma útil. Cuando se acabe el ciclo, comenzaré otro en el que no me importará pagar lo que haga falta por la que más me guste donde más me guste, y así andaré toda la vida.

El año pasado compré tres por siete euros y no me fue mal, hasta que alguien me dijo sin malicia que la que era mi favorita tenía el mismo diseño que los paquetes de Fortuna. Primera a la basura, gracias. La segunda la descarté yo directamente tras estrenarla. En este caso, el diseño era bastante chulo pero el problema estaba en el grosor, tipo alga nori, de la tela. Cuando terminé de hacerme el nudo, en vez de conseguir un wilson, parecía que me había liado un porro en el cuello de lo fino que había quedado. No hubo forma de mejorarlo o acolcharlo y le cogí manía a la corbata, aunque en esta ocasión no la tiré. La verdad es que tampoco le he dado otra oportunidad, ahí la tengo colgada con otras viejas glorias. La tercera, en cambio, fue un éxito: gruesa, sencilla, buen color... la uso bastante e incluso he recibido felicitaciones por ella. Así pues, ha habido de todo, como debe ser en esta vida.

Finalmente, el domingo no compré ninguna. Miré un poco en algún puesto pero no me convencían. Creo que como me vi incapaz de lograr mi objetivo inicial y comprar siete de golpe, ni valoré la posibilidad de llevarme sólo una o dos. Cosas de las ideas preconcebidas.

Como ya estaba allí, subí hasta la Plaza de Cascorro, por la acera izquierda de la repleta calle principal. Luego me di la vuelta y bajé por la derecha. Demasiada gente en la calle y demasiada alergia en mi nariz.

Así que me fui por donde había venido.

martes, junio 22, 2004

Milagros

Mi hermano es el mejor compañero imaginable para disfrutar de una sesión de Teletienda, nunca entre semana, nunca antes de las dos de la madrugada. O se hace bien o no se hace. Esto suele darse cuando salimos los fines de semana y, por casualidad, volvemos pronto a casa y coincidimos en la cocina, arrasando un poco la nevera. Sencillamente, hay que vivirlo para poder entender por qué yo he corrido varias veces de punta a punta de la casa al oír gritar a mi hermano desde el salón ‘¡Tío, corre, que Chuck Norris está haciendo abdominales en una especie de bañera para bebés y quiere que la compremos!’.

Hasta ahora nunca he tenido valor para comprar algo anunciado en Teletienda, pero reconozco que conceptualmente he estado cerca en algunas ocasiones:

Productos que he usado, he comprado o me han regalado con la intención de mejorar mi calidad de vida (sin éxito)

MORDE-X

Mordequis para la familia. Me lo compró mi padre cuando yo era pequeño para ver si me dejaba de morder las uñas. Era un líquido untable a modo de esmalte que, a priori, tenía un terrible gusto amargo. Completamente cierto durante los tres primeros días. Después empecé a cogerle el truco a su terrible amargor y no sólo seguí mordiéndome las uñas, sino que además empecé a apreciar nuevos sabores como los de la tónica o la escarola. Más tarde, disfrutar del gintonic fue coser y cantar. Gracias, padre.

CREMA ANTIOJERAS

Marca Nickel. Regalo de A. por mi 27 cumpleaños. Tengo ojeras crónicas desde que era estudiante y mi tendencia a dormir poco no ayuda demasiado a que desaparezcan. A. decidió hacer algo por ellas y me obsequió con esta crema, convenciéndome de que si era constante en la aplicación, acabarían siendo historia. Yo me la aplico todos los días ya que el tubito me está durando un montón, pero no he notado nada. Creo que no voy conseguir menguar mis ojeras en la vida porque me he dado cuenta de que lo que realmente hace la crema es alimentarlas. O eso parece, por la buena salud de la que gozan últimamente.

MICEBRINA

Es curioso, cuando uno se enfrenta a su primer bote de vitaminas poco menos que tiene la sensación de disponer de infinitos pen-drives para añadir al cerebro. A la semana de haber empezado el tratamiento, no existen diferencias significativas entre los complejos vitamínicos y los Smint.

LIQUIDO ANTI-RAYAZOS PARA EL COCHE

Me compré el envase más grande de la tienda tras ser convencido con la promesa del mecánico ‘tú le das bien y ya verás, como nuevo’. Le di bien, hasta poner mi brazo como el de un triple campeón de Wimbledon, pero los raspones y rayas que tenía en la carrocería siguieron intactos.

Y sí, todos los que me avisaron antes de que comprara el bote de lo que sucedería, se hincharon de satisfacción cuando vieron el resultado.

PORTAMINAS SHAKER

Es de Pilot y tiene un mecanismo mediante el cual se extrae la mina agitando el portaminas como un loco, en vez de hacerlo apretando por arriba con el pulgar. Tiene una vida útil de unos cinco días. He comprado suficientes en mi vida como para garantizar este dato.

CREMA ALISADORA DE CABELLO

Quienes me conocen no habrán notado muchas diferencias entre mi pelo y el de un maniquí de Simago. Con este argumento, a los dieciséis años o así, le tomé prestado a mi madre su bote de crema alisadora para cabellos foscos (curiosos los genes hereditarios) y me repartí una cantidad generosa por la cabeza. No entraré en detalles acerca del aspecto que adoptó mi pelo, pero recordar el día que pasé en clase aún no es fácil para mi. Lástima que Bustamante no estuviera allí conmigo para que viera el efecto en otra persona.

.............

Post inspirado en 'En mi humilde opinión', idea aparentemente original de Nacho Canut. 'El Diario de Nacho Canut' fue el primer blog que conocí. Luego, muy poco después, descubrí el inigualable 'Ambivalence', de Uma B., mi referencia de lo que debe ser un blog.






jueves, junio 17, 2004

Rehabilitación

EL HECHO

Asisto regularmente a rehabilitación desde hace un mes. Mi rodilla izquierda es un desastre pero trato de hacer todo lo que puedo por ella. Ahora estoy fortaleciendo los cuádriceps porque se supone que éstos tirarán de mi rótula hacia arriba para que deje de rozar donde no debe y, así, desaparezca un dolor punzante que me hace la vida imposible desde hace un año. Por cierto, me operé de ligamentos y meniscos hace tres. Básicamente, bajo escaleras y cuestas con miedo ya que si lo hago de forma relajada me pega un pinchazo muy desagradable y doloroso, mal negocio, pues realimento mi inseguridad continuamente. Me siento extraño cuando el médico habla de mi pierna como si lo hiciera de un electrodoméstico averiado ‘se te habrá quedado una esquirla de menisco por ahí encajada que no te deja hacer el juego de rotación correctamente’. Y yo asiento mientras visualizo al trozo de menisco impidiendo rotar a mi pierna. No sé cómo será la esquirla, pero me la imagino así, como una media luna del tamaño de una uña recién cortada, pero más gruesa y más blandita. El médico está convencido de que, si los ejercicios funcionan, podré bajar las escaleras o cuestas tranquilamente a la vez que voy pensando en mis cosas y no en dónde y cómo apoyaré el pie, que es muy aburrido y agotador.

EL SITIO

En el centro al que voy nos reunimos diariamente gente de todo tipo, por lo que hemos creado un vínculo muy especial. Existe un acuerdo tácito entre nosotros que consiste en ‘yo te pregunto cómo estás tú pero luego tú me preguntas cómo estoy yo’. Por supuesto, se cumple religiosamente y muy mal rollo si uno olvida su parte. Y es que todos tenemos la sensación de que ya tenemos suficientemente aburridos a nuestros familiares y amigos con nuestros problemas. Como eso no es incompatible con querer seguir haciéndolo, necesitamos nuevos oyentes para nuestra crónica diaria de sensaciones y evoluciones varias. En mi opinión, es un buen sitio para hacer esta terapia, porque dejas el problema ahí y te olvidas de él hasta el día siguiente, donde lo retomas ahí también, teniendo a tu disposición un auditorio ávido de noticias cuyos temas estrella son los más minuciosos detalles acerca de nuevos crujidos, hinchazones y hormigueos perniciosos.

LA GENTE

Hay casos muy llamativos, como el de V., que es una señora a la que se le quedó la mano como un doble whooper en un accidente de tráfico y no pierde su optimismo ni un momento. Es tal y cómo querría ser yo en su situación. Va evolucionando, pero lo cierto es que tiene el brazo y la mano bastante dañados, de modo que parece que va pidiendo limosna todo el tiempo, porque esa es exactamente la postura debe adoptar para no sentir dolor. También está E., una nonagenaria a la que duele todo y se pone ella misma la magnetoterapia donde le parece bien, independientemente de las instrucciones del médico: en un pie, en un hombro, en la espalda... es una gran autodidacta. A ella, con tal de que el aparato haga ruiditos electrónicos continuamente (tip, bzzzz, bip, bip, fzzzz, bip), lo demás no le importa demasiado, se siente mejor y ya está. Se cura a su manera. (Ojo al negocio de ruiditos con efecto placebo). Otro personaje es J., un tipo de Jaén realmente divertido y que tiene algo parecido a lo mío pero en leve. Domina el arte del adjetivo, es decir, al hablar le coloca a cada sustantivo el adjetivo más rimbombante del que dispone. Sirvan de ejemplo como marca de la casa: musculatura espléndida, magnífica actitud, virtuosa fisioterapeuta, espeluznantes sensaciones... Todo esto lo expresa con la misma naturalidad con la que yo digo buenos días.
Luego están las chicas, las fisios (allí se dice así). Tenemos unas fisios con las que todos estamos encantados y siempre tienen buen rollo, entre ellas y con nosotros. Trabajan bien y nos retuercen todo lo que haga falta, haciendo caso omiso de nuestros lamentos, muecas y sudores fríos.

Y por último, C., mi fisio, una idealista a la que echaré de menos. Por circunstancias ha tenido que dejar mi turno y lo cierto es que ya no será lo mismo sin ella. En absoluto.

Suerte C.

miércoles, junio 16, 2004

Mi ventana

Mi puesto de trabajo está junto a una ventana, una más en un sexto piso de una calle céntrica de Madrid. Esto es lo que me ofrece:

Las dos antenas verdes de las torres de la Plaza de Colón, pero sólo un lateral de una de ellas (300 m)

El ático en el que yo debería vivir. Tiene una parte cubierta que, al estar acristalada, deja ver en su interior un ventilador girando en lo que debe ser la cocina. Los tonos blancos de los muebles, sumados a la nevera y un escurridor de platos fortalecen esta teoría (30 m)

Una grúa amarilla junto a su respectivo edificio en construcción. Tiene pajaritos posados por todas partes. Llevamos viendo desde antes de Navidad cómo los obreros pasean a sus anchas por andamios inestables, tejados con tejas sueltas y partes a medio construir que parecen decir "pisa aquí, verás que risa". Mejor no mirarles, porque no llevan más equipo de seguridad que unas botas gastadas y mucha confianza en su equilibrio. También les hemos visto comer a diario los bocadillos más provocadores de Madrid, a eso de las dos del mediodía, cuando el hambre empieza a doler y la saliva a fluir ante la más mínima excusa, y reconozco que en esas ocasiones he deseado ver cómo el edificio se venía abajo con todos ellos zampando a dos carrillos (50 m)

Un buen trozo de cielo

Y el hotel Centro Colón a lo lejos, con 9 de sus grandes letras setenteras en lo alto. El resto están ocultas tras las chimeneas. Al verlas desde detrás, lo que debería leerse como "..NTRO COLON", se convierte en un "NOLOC OTRN..", que resulta bastante frustrante porque es una lástima que esas letras invertidas no tengan ningún significado oculto al leerlas de ese modo. Tampoco creo que suenen bien al pronunciarlas en ningún idioma (¿500 m?)

martes, junio 15, 2004

Campiones

Es sábado y España ha ganado 1-0 su primer partido de la Eurocopa y yo estoy en casa de mi primaP con los de siempre. Hacía tiempo que no quedábamos para ver un partido como en los viejos tiempos. Haciendo caso omiso a la dieta mediterránea, nos hemos inflado como gaitas comiendo doritos, patatas, gusanitos y demás artesanías industriales mezcladas con cerveza, porque siempre cometemos el mismo error y dejamos que PrimaP compre los alimentos. Esto se lo debemos agradecer y se lo agradecemos. El caso es, y lo dejo ahí, que PrimaP tiene la peculiar habilidad de encontrar el producto más aberrante del supermercado (señores directores de marketing, háganme caso y contraten a esta mujer para estudiar conductas desviadas del potencial consumidor). En esta ocasión se decidió por una bolsa gigante de gusanitos naranjas, muy naranjas, que en total debía pesar dos gramos. Se deshacían al contacto con el aliento y sabían a queso-producto. Fieles a nuestro estilo, tardamos como quince segundos en comernos toda la bolsa.

Tal y como habíamos acordado, tras el partido me llama Agr y me cita “a las doce en la Plaza de la Paja. ah! que sí que viene CF”. Me despido de estos y me voy al metro con tiempo de sobra: Valdezarza- Canal- Sol. Subo por Carretas y saco dinero cagado de miedo en el Cajamadrid de Tirso de Molina. Llego a la Plaza de la Paja con todo mi dinero intacto y miro el reloj. Me sobra media hora porque he salido con un buen margen y los trenes que he tomado han aparecido como una limusina a la puerta de un hotel de cinco estrellas. Me siento en un banco de la plaza y enseguida me empiezan a abrumar los recuerdos, como viene siendo habitual desde hace dos semanas cada vez que me enfrento a tiempos muertos. Con mucha disciplina, voy sustituyendo la nostalgia por las hipotéticas vidas de la gente que va pasando por delante de mi banco, que es lo primero que tengo a mano.

Llega CF. Llega Agr. Nos sentamos en la primera mesa que vemos libre en la plaza y pedimos la primera. Agr nos cuenta su golpe del jueves con el coche y CF su proyecto empresarial. Yo les cuento un poco de lo mío. Poco, porque entonces suena el móvil de CF con la llamada que nos cambia los planes. Emocionados, apuramos la cerveza y cogemos los coches con dirección a la calle Galileo, para comenzar la noche más surrealista que he vivido este año.