Diciembre de 2003. Por motivos de trabajo debo viajar a Estados Unidos, primero a Cleveland y luego, tres días después, a un lugar perdido (mejor así) de Texas llamado Odessa. Para ir a Cleveland debo hacer una conexión en el aeropuerto de Newark, que está en New Jersey, a unos cuarenta kilómetros de Nueva York. Ellos te dicen que eso es Nueva York, pero cuando te encuentras allí te das cuenta de que no es así en absoluto. No, no y no.
Hora 0
Despego de Barajas entusiasmado porque hacía tiempo que no me tocaba un viaje tan atractivo como éste, tanto, que no me da nada de pereza pensar en el vuelo que me espera. Todo va bien hasta que, seis horas después, empezamos a descender para aterrizar. Está nevando como no había visto antes en mi vida y los azafatos de Continental empiezan a mirarse unos a otros y a hablarse con las manos. Miro para abajo y el paisaje está precioso. En un perfecto venezolano, nos dicen por los altavoces que está nevando mucho y que vamos a tardar en aterrizar unos minutos más de lo previsto. El avión se pone a dar vueltas. Para animarnos, nos ponen un video de tomas falsas que ya he visto en otros aviones pero me vuelve a hacer gracia. Cuando se acaba, nos ponen otro de Mr. Bean. Cuando se acaba, otro de tomas falsas que ya no me hace tanta gracia... Hago un test de una revista que me había comprado en el aeropuerto y los resultados que obtengo aseguran que mi tono muscular es bajo. Ya ha pasado una hora y seguimos dando vueltas. A la hora y media, aterrizamos y la gente aplaude. Uno le saca una foto al azafato de Continental, que levanta un pulgar sonriendo.
Hora 7:30
Me bajo del avión y comienzo el paseillo típico por el aeropuerto propio de una conexión. Colas, inmigración pasillos, ascensores... Además, tengo que recoger la maleta y volver a facturarla, por lo que todo tarda un poco más. Los controles americanos no son para tanto y sólo me tengo que quitar los zapatos cada vez que paso un puente detector de metales. Muy fácil todo. Sigue nevando muchísimo.
Hora 8:30
Ya estoy en mi zona de embarque para coger el avión a Cleveland y es entonces cuando le doy a la manecilla del reloj las vueltas necesarias para que marque seis horas menos. Pequeñas manías. Tenemos un espacio propio para los que vamos a volar a Cleveland. Pocos españoles. Miro los paneles de los vuelos y me doy cuenta de que se están cancelando vuelos masivamente. Busco el mío en la lista y parece que sigue activo. Se me tensa un poco la mandíbula pero enseguida me tranquilizo, pienso que tengo un fin de semana entero por delante, que no hay problema porque tengo tiempo de sobra si algo falla en esta conexión.
Queda una hora y media para que mi avión salga y no ha parado de nevar. Más vuelos cancelados en los monitores. Más nieve. Mi vuelo sigue activo.
Hora 9:30
Retrasan mi vuelo una hora. Lógico. Al menos no lo cancelan. Miro la televisión sin volumen de mi zona de embarque y veo un mapa de Estados nidos con una tormenta tremenda encima de la zona norte de la Costa Este. ‘Así que es eso', me digo.
Las pistas están completamente blancas y no despega ningún avión. Lo veo desde el ventanal de la zona en la que espero por mi vuelo.
Hora 10:30
Nos cascan tres horas más de retraso. La gente se empieza a inquietar y aparece un hombre que nos explica la situación. Por lo visto, el avión que nos debe llevar a Cleveland debe salir de Boston y pasar a recogernos, pero el caso es que desde Boston todavía no ha salido ningún avión.
Decido ir a comer algo y cuando me dirijo a la zona de restaurantes un señor con pinta de alemán, al que ya había visto esperando por el mismo vuelo que yo, se me presenta. Efectivamente, es alemán. Tiene unos sesenta años y una barriga de un kilómetro. Encantador, me cuenta que tiene una empresa de papel 'artístico' en Cleveland y que regularmente viaja desde Alemania para ver que tal marchan las cosas. Me da su tarjeta hecha de papel artístico y resulta que se llama Klauss. Yo le digo mi nombre pero no le doy mi tarjeta porque no le veo sentido. Vamos a un italiano y a la media hora ya me ha contado que se ha divorciado dos veces y que ahora está casado con una tailandesa de veinticinco años. No digo nada pero lo pienso. Después de comer ya somos oficialmente amigos y compañeros para el resto del viaje.
De vuelta a la zona de embarque pasamos por delante de una sala de masajes tipo 'media hora diez dólares'en la que a mi no me apetece entrar, pero Klauss no se lo piensa y se mete a recibir un masaje con sus diez dólares en la mano. Si hubiera estado sólo, igual sí me lo hubiera dado, pero me da no sé qué entrar en una sala de masajes con un señor de 60 años que ya se ha quitado la camisa cuando le digo 'hasta dentro de media hora Klauss'.
Sigue nevando. Temiéndome lo peor, decido llamar a la persona con la que he quedado en Cleveland. Me doy cuenta de que no sé usar las cabinas americanas porque me gasto una fortuna sin conseguir contactar. Al final espío a una chica que parece dominar el sistema y me entero de lo que debo hacer. Llamo a mi contacto y le comento la situación y me dice que vale, que ya nos veremos. Por primera vez desde que comienza todo esto me empiezo a sentir muy sólo y vuelvo a tensar mi mandíbula. Afortunadamente, aparece Klauss por el final del pasillo sonriendo y girando su cabeza, dando a entender que su masaje ha sido espléndido. Qué va a decir, se ha quitado la camisa delante de todo el mundo. Me dice que no me preocupe, que el se ha quedado tirado cien mil veces y que conoce los mejores hoteles para hacer una noche de espera. Relajo la mandíbula. Sigue nevando.
Hora 14:30
Nos dicen que el avión de Boston ya está en camino y que en una hora y media estaremos subidos en él. No me lo puedo creer, no ha parado de nevar y el 80% de los vuelos han sido cancelados. No me entra en la cabeza que MI avión ande por ahí volando como si con él no fuera la cosa. En el fondo pienso que no vamos a volar hacia Cleveland esa noche.
Hora 16
Subimos al avión. En el tramo del finger, entra el frío de la calle y me quedo pasmado. Debemos estar a menos veinte grados. Me siento en mi plaza y el panorama no puede ser más desolador. Tengo ventana y los dos asientos contiguos al mío son ocupados por dos hermanitos californianos que tienen unos siete y ocho años, aparte de unas ganas de marcha que prometen acabar con lo que queda de mi paciencia. Los padres están sentados tres filas más alante y no parecen muy preocupados por el comportamiento de sus hijos.
Aguanto diez minutos de gritos, peleas entre ellos y llantos. Antes de desmembrarlos, respiro hondo y consigo una mirada asesina que surte efecto. Al final me da pena y me hago amigo de ellos.
Me cuentan su vida y el nombre de unos muñecos que han traído. Unos quince muñecos con nombre y personalidad propia, no está mal. Aparece la madre con un portátil y se me presenta amablemente, me pide disculpas y me da un trozo de bollo. Pone un DVD y acabo viendo el Señor de los Anillos con Caleb y Tim. Así se llamaban. Me duermo cuando Frodo y Sam salen del pueblo.
Hora 17:30
Me despierto y el avión no se ha movido. Caleb y Tim están fritos y Frodo y los demás están subiendo una montaña. Ya no nieva.
Hora 18
El avión comienza a andar y el comandante nos explica que debemos esperar por los demás aviones que llevan retraso. Que no sabe cuánto. Ah ¿pero había más aviones? Daba por hecho que éramos los únicos, que se habían olvidado de anular nuestro vuelo. Estoy reventado. El avión se para y puedo ver la inmensa cola de aviones que aún tenemos delante. La madre de los chicos me trae un zumito y más bollo y casi se me saltan las lágrimas por lo cansado que estoy. Entonces, levanta a un niño y se sienta a mi lado con él encima, que duerme. Me da las gracias por ocuparme un rato de sus hijos, me dice que ha visto ahí aguantando el tipo con ellos, y ,así, comienza a darme conversación. Es joven, y muy dulce, ese de tipo de personas que son pura calma, tranquilizadoras, y se ha debido dar cuenta de mi estado de absoluta soledad. Me pregunta que qué hago allí y yo le cuento mi vida porque necesito hablar de verdad, ya son muchas horas sólo y de total incertidumbre, necesito realmente que alguien se preocupe por mi en ese momento, ya no porque esté preocupado por cómo pueda salir el viaje, eso me da igual. Lo único que sucede es que estoy metido en un avión 18 horas después de haber despegado de mi casa, que no sé cuándo va a acabar esto y que es de noche. Me agarro a esta mujer como a un clavo ardiendo y no la acabo llamando 'mamá' de milagro.
Hora 20
Vamos a despegar. Durante un buen rato, unas mangueras empapan el avión de agua caliente para que no salte en pedazos cuando volemos. Enfilamos la pista y abandonamos Newark.
Hora 22
Llegamos a Cleveland. Ya es madrugada allí, ni me quiero imaginar las hora reales que llevo acumuladas, y no hay ni un alma en el aeropuerto. Recojo mi maleta, que sale de las primera y me marcho sin despedirme de nadie. Por ley de Murphy, estoy en la punta opuesta a la salida del aeropuerto de Cleveland. Voy como drogado con mi maleta de carrito. Rrrrr. No tengo sueño, soy propietario de una extraña lucidez que me sorprende.
Salgo del aeropuerto y cojo un taxi, uno de los dos que esperan en la puerta. Le digo donde está mi hotel y arranca. En otras circunstancias hubiera entablado conversación con el taxista, como primer contacto con una ciudad nueva, siempre lo hago, pero ni abro la boca durante el trayecto. Me miro la camisa y me hace gracia pensar en el momento en el que me decidí por ella en Madrid, en mi casa. La saqué de mi armario y todavía la llevo puesta. Parece que fue hace años...
Hora 23
Llego al hotel. Es igual que en la foto de internet pero, como siempre me sucede, me parece completamente diferente. Supongo que el entorno que descubres cuando llegas provoca esa sensación.
Afortunadamente, en el hotel saben que llegaría, estoy apuntado en un papel, todo en orden en la recepción. No hubiera podido con un incidente más. Firmo y me voy a la habitación. Paso por delante del comedor, que ya tiene el desayuno preparado. No sé por qué, me sienta fatal que todos los platos, cubiertos o vasos sean de PVC.
Entro en mi habitación y muero en la cama.